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lunes, 6 de junio de 2011

Cosas Pequeñas




MARCO YOUNG

Juan Antonio Nemi Dib

Lo conocí en 1995, unos meses después de que abriera yo mi despacho de consultoría. En estricto sentido debíamos ser competidores, pero rápidamente se estableció una relación de amistad sólida y ajena a las actividades profesionales; es cierto que en dos o tres ocasiones atendimos a clientes conjuntamente -a veces me recomendaba con algunas empresas, para conseguirme chamba- pero el trabajo fue siempre algo secundario.

Organizamos juntos un curso de impacto ambiental y legislación que fue un gran éxito y nos quedamos con las ganas de hacer más: aparte de ser negocio servían mucho para promover la cultura de cumplimiento de la normatividad al demostrar que, con mucha frecuencia, los procesos industriales limpios suelen redundar en ahorros importantes -y más utilidades para las empresas- aunque erróneamenete se tenga la idea contraria.

Marco me ayudó sin chistar en mis emprendimientos políticos; fuera yo el candidato o no, me organizaba reuniones de expertos, me reunía con su gremio, preparaba ensayos y contribuía con sus aportaciones a la elaboración de propuestas relacionadas con el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales, la conservación y la restauración. De hecho, la plataforma electoral 2004-2010 que se hizo en la Fundación Colosio -como propuesta de Gobierno- se basó en sus inteligentes aportaciones y su conocimiento a fondo de la realidad ambiental de Veracruz. Me preparó una ingeniosa y viable estrategia para la protección del hábitat de la región de Córdoba que consideraba la introducción masiva de nuevas tecnologías y un esfuerzo en serio para la educación ambiental.

Su empresa de consultoría ambiental alcanzó un indiscutible prestigio y mucho éxito profesional (algo que no precisamente alegraba a algunos de sus colegas) y es que lejos de asumir posturas radicales Marco reconocía el conflicto casi siempre insuperable entre la urgencia de conservar los recursos naturales y, al mismo tiempo, aprovecharlos para satisfacer las necesidades sociales. “La clave está en el equilibro, justo como lo propone la ley”, me decía. Yo interpretaba su posición como una mediana entre las posturas conservacionistas extremas (plagadas de ingenuidad y evidentemente irrealizables) y la destrucción salvaje de quienes arrasan sin escrúpulo con el patrimonio natural de las próximas generaciones.

Marco era un académico de cepa, estudioso, siempre interesado en el desarrollo de nuevos conocimientos y con disciplina y método para la investigación -en algún momento fue miembro del Sistema Nacional de Investigadores- y nunca abandonó su vocación académica; escribió muchos libros de texto, varios de los cuales tuvieron repetidas ediciones, además de ensayos y conferencias. Una y otra vez, sus alumnos de la universidad lo escogieron para que revisara tesis de licenciatura y de postgrado.

Su pasión era la fotografía. Dejó varias decenas de miles de extraordinarias imágenes de la flora y la fauna de Veracruz. Por cierto, las compartía siempre: cada año producía un “DVD” que reproducía para regalar a todo mundo. No sé si haya otra colección de registros personales de nuestro inventario biótico del mismo tamaño que la hecha por Marco, a cambio de horas y horas de caminata bajo el sol y paciente e inmóvil espera para tomar la foto en el momento justo.

Soliamos reunirnos de vez en vez (quizá cada dos meses, lo cual era muy poco), simplemente para charlar. Aún tengo pendiente ver una película de Akira Kurosawa que me recomendó con énfasis. El tema recurrente en nuestros encuentros era la formación de los hijos mutuos y los errores que solemos cometer como padres. Por supuesto que era humano y, por ende, debió tener debilidades como persona, pero no hay duda de que fue un hombre de bien, dedicado a servir antes que a servirse.

A Marco se le acabó la vida de manera inesperada, apenas unos días después de haberse jubilado como catedrático de la Universidad Veracruzana. Jamás fue un hombre de excesos y si algo prevalecía en su vida era la disciplina, por eso su muerte sorprendió a quienes lo conocíamos.

Su familia, sus compañeros de trabajo, sus alumnos, sus amigos, las personas cuyos empleos ayudó a crear y conservar sabemos lo que el biólogo Young hizo por todos nosotros y por la próximas generaciones de veracruzanos, con eso basta.


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